
Gaviota en Las Islitas (San Blás) en una tarde nublada
Mi primer encuentro con el mar lo viví cuando tenía un mes de nacida. Platica mi padre cómo él no tenía la intención de meterme al mar pues todos decían que era demasiado pronto, que el agua estaba fría, que era peligroso para un bebé… Mi madre veía desde la arena como él me llevaba en sus brazos hacia el agua y le decía «ni se te ocurra meterla». Pero mi padre -dice- vio mi reacción cuando se inclinó hacia la orilla e hizo que mis piecitos tocaran el agua… en ese momento supo que nada malo me pasaría y sin que mi madre se diera cuenta de repente ya estábamos adentro él y yo, disfrutando del mar… supongo que ese fue el momento en el que inició la que ha sido una gran relación-amorosa jejejej en mi vida… el mar es como mi novio, ese novio de toda la vida a quien amas, y a veces no tanto, a quien dejas, con quien vuelves… pero que siempre está ahí, presente en el corazón… es algo así…
Y es que lo que he vivido junto a «él» me ha llenado de sorpresas, de momentos majestuosos, de magia, de pasión, de intensidad… pero también de miedo y de dolor… sería muy largo platicar a qué me refiero con todo esto… pero digamos que de las tantas y tantas veces que he estado ahí, han habido situaciones que me han hecho temer… temer realmente… a las personas… y a mi muerte… la primera vez fue como una advertencia… la segunda vez fue una cruda respuesta a mi desafío… a mi arrogancia… y cuando sentí que estaba a punto de ahogarme supe que no había aprendido lo más importante sobre mi la relación con el mar: el respeto…
No recuerdo cuándo aprendí a nadar… tal vez tenía 4 o 5 años… lo que sí recuerdo es que fueron mis padres, los dos juntos, quienes me enseñaron… aprendí sobre el agua, sobre las olas y la marea… pero no lo suficiente hasta que tuve aquellas experiencias en las que comprendí que por más que sepas nadar hay ocasiones en las que no puedes hacer nada contra ciertas corrientes y cierto tipo de olas… en fin… El océano Pacífico es un gran maestro, pero uno debe ser buen alumno, saber escucharlo, saber interpretarlo… respetarlo… comprender cuándo se te permite entrar en sus aguas y sobre todo cuándo se te prohíbe… jejeje… Ahora lo sé… lo sé mejor…
Durante un tiempo solía pasar los inviernos en Puerto Vallarta… creo que fue ahí donde el el «estatus» de relación se convirtió en «amor subido», jajajajaja… hice las pases con él y éste a cambio me regaló días enriquecidos por la sal en la piel… caricias de marea suave, atardeceres interminables, saltos de ballenas, cantos de delfines, caminatas sobre la arena… que me dieron mucha paz. Luego me moví por otros lugares y dejé de verlo por un tiempo…
Hoy en día mi relación es serena.. menos «aventurera»… es más de contemplación, agradecimiento y además es-el-tiempo-de-enseñar-a-mi-sobrino-a-conocer-el-mar …
Antes, cuando iba a Mazatlán, la ciudad natal de mi madre, no dejaba pasar la oportunidad de nadar en mar abierto… me gustaba mucho… y me sigue gustando… pero es diferente.. ya no tengo esa sensación de ansiedad que solía sentir por adentrarme, por ir lo más lejos posible de la orilla, como persiguiendo algo … Por ejemplo la última vez que estuve ahí fueron los últimos días del diciembre pasado… como casi siempre, fuimos a pasar el año nuevo con nuestra familia materna. En lugar de irme a nadar desenfrenadamente esta vez tuve la necesidad de simplemente contemplarlo… caminé en el malecón hasta encontrar un rinconcito tranquilo y sin turistas… entonces hice una oración muy íntima, muy profunda, de agradecimiento por el año que estaba terminando… e hice todas mis peticiones para el que estaba por comenzar… Nunca lo había hecho de esa manera… y me sentí sumamente reconfortada… escuchada…bendecida… como si el mar nos prometiera un año bueno, un año mejor -que así sea-
Las Islitas (San Blás) está aproximadamente a 75 Kms. de Tepic así que es fácil ir y venir en una mañana/tarde… Yo intento llevar a mi sobrino al menos una vez por mes… a veces más, otras no se puede…
El sábado pasado fuimos mi hermana, mi madre y yo a llevarlo. A ellas dos el agua les pareció muy fría así que fui yo quién se apuntó -con gusto- a cuidarlo (aunque él ya sepa nadar no se debe dejar a un niño solo en el mar). No me desagrada el agua «fría» que en realidad es agua «no caliente»… comparada con el lago de Garda donde solía nadar en los veranos (esa sí es fría)… tampoco le desagrada a mi sobrino, él no se fija en la temperatura, su fuerza y energía le permiten disfrutar la playa en cualquier época del año… En fin… pasamos una mañana chidísima los dos juntos, jugando, nadando, platicando, respondiendo las mil preguntas que me hizo sobre la posibilidad de que llegara un tiburón, una ballena, un pez espada y un montón de cosas más… jajajajaj… finalmente se tranquilizó cuando le dije que esos animales «están más allá de los cerros que ves allá enfrente y aquí no llegan», seguimos jugando…
Más tarde el cielo se cubrió de nubes y nos salimos a comer.
Todo fue muy lindo, como de costumbre, sólo que esta vez hubo algo que llenó el momento de magia. Después de comer estaba de pie en la arena, de frente al mar, cuando una gaviota se acercó…. entonces fui a tomar un poco del pescado que había sobrado de nuestra comida y comencé a lanzarle pedazos pequeñitos al ave… ésta comenzó a volar emocionada hacia mí, sin acercarse demasiado… logró tomar al vuelo la mayoría de las bolitasdepescado pero otras las recogió de la arena o incluso del agua… En ese momento recordé que hace muchos años estando en una discoteca pasaron un video de un pájaro, no era un ave real sino una animación hecha por computadora… yo en aquel momento pensé: esto es patético… nunca se podrá igualar una animación a la belleza en vivo de un ave… Ok, ese pensamiento me llegó mientras alimentaba a la gaviota… y me sentí realmente afortunada de estar ahí, con ella… interactuando de alguna manera con ese ser libre, maravilloso… Lo mejor de todo fue cuando ella se alzó por última vez agitando las alas como en cámara lenta… mirándome desde lo alto… fueron 3 segundos que parecieron suspenderse en el tiempo… sentí la belleza manifestándose ante mi, como un regalo… como un agradecimiento por el pescado que le estaba dando… Después llegó mi sobrino y juntos la observamos partir… Fue hermoso…
En fin… esas son cosas que suceden en el mar… ¿dónde más?… Quiero disfrutar la relación que tengo con él en este momento, jejeje… seguir conociéndolo… seguir amándolo… y sobre todo aprender de esta nueva relación que tengo con él… en la que ya no necesito entrar, nadar y nadar para sentirlo cerca, o para sentir que soy parte de él, que él es parte de mi… Que así sea…