Looking up

(Imagen tomada de la red)

(Imagen tomada de la red)

Hoy finalmente me doy la tarde libre y salgo de casa  a la puesta del sol  dispuesta  a moverme   sin presiones ni   límites de tiempo.

Lo primero que se activa es mi olfato. Una cuadra antes de llegar a la cancha de atletismo percibo el olor de los pinos que rodean la pista; entonces mi cuerpo  se acelera deseando llegar, saltar, correr; entonces vuelo.

El   viento es fresco como lo espero. El perfil del cerro se ilumina con los cambios de luz del atardecer. Siento el movimiento de mis piernas y me transporto… y estoy junto al lago, mis brazos se extienden deseando alcanzar el agua de la  orilla… y estoy junto al mar, veo ballenas saltando  y   gente paralizándose   al  mirarlas…  y estoy en la ciudad de los naranjos, salto en la calle que huele a azahares… y estoy… en tantas partes … y estoy aquí, bajo el cielo que  se torna azul cobalto.

La última vuelta desacelera mi ritmo.  Termino.  Respiro y contengo la euforia, la dejo ir.  Me coloco en el suelo. Estiro las piernas. Mi ritmo cardíaco se tranquiliza. Me relajo de golpe, me canso, me dispongo a alzarme pero no quiero irme. Me recuesto, me extiendo. No me importa la tierra o el frío de la pista bajo mi espalda. Alzo la mirada. ¿Cuándo fue la última vez que vi el cielo de esta forma?  Ha pasado tanto tiempo.

El espacio se presenta interminable. Los sonidos nocturnos son más claros.  Un ave  vuela y gira   sobre mí,  yo le sonrío.  Los insectos del bosque no me perturban.   Las ramas de los árboles bailan en  las sombras de la noche.

Me quedo un rato así -qué sensación de libertad irradia  la estrella fugaz,  mi deseo- hasta que la ciudad enciende sus luces y mi cielo pierde el brillo de su obscuro.

Me despido. Salgo… y cambio mi ruta para llegar a casa -un camino más largo-  sin prisa.

En la lluvia

(Imagen de la red)

(Imagen de la red)

Para mí, cada ciudad tiene una esencia y por su puesto un olor único, es fácil identificarlo cuando regresas después de cierto tiempo.

La ciudad donde nací emana un aroma particularmente hermoso durante la temporada de lluvias (los meses de verano). Es una combinación de tierra mojada y hojas verdes que se lleva el calor y nos deja una humedad fresca, reconfortante. Quienes han estado en climas tropicales sabrán que la manera de llover es fuerte, intensa, del tipo que   borra   los naufragios de la mente, esos  aguaceros que se llevan la ansiedad…   Así llueve aquí…  densidad, relámpagos, cielo que gruñe… y a pesar de sus formas tormentosas a mí me calma… Y no sólo la lluvia… el agua en general; es mi elemento… y así, cuando me dejo fluir por sus encantos me siento en armonía.

Hace unos días mi sobrino se encontraba en el patio de su casa mientras yo, que estaba de visita, cortaba  limones de uno de los árboles. Él jugaba en una alberquita   de plástico de buen tamaño. Cuando me acerqué me vació un balde de agua  que tenía preparado y escondido para sorprenderme.  Grité  porque no lo esperaba y segundos más tardes comencé a reír junto a él que se carcajeaba. Me quité sólo los zapatos y me  metí a la pequeña piscina con él. Estuvimos jugando y yo me sentí como niña; como aquellos veranos de mi infancia en los que mis hermanos y yo corríamos en los charcos, hacíamos guerra de globos con agua, castillos de lodo y corríamos  descalzos bajo los  aguaceros sin que las piedras nos enfadaran -lo pienso y casi percibo el aroma de la lluvia-

Ayer fui a correr por primera vez desde que llegué hace algunas semanas.  Me dirigí al parque grande de la ciudad y cuando llegué el agua hizo su aparición. Al principio pensé en regresar a casa… me voy a mojar los tenis que son nuevos…  hay mucho lodo… los audífonos se me pueden descomponer… me dará frío…  el suelo se pondrá  resbaloso con las hojas… mi ropa recién lavada... Pero fue más fuerte el instinto -no sé qué tipo de instinto-  que debatió  qué divertido qué chido hace cuánto no te bañas en la lluvia sería lindo correr en ... y así aun antes de decidir quedarme o no mis piernas ya habían tomado su propia carrera.

Mis pulmones se inundaron de aroma a eucalipto mojado mientras las gotas gordodotas caían sobre mi espalda. El frío del agua contrastaba el calor de mi cuerpo- Calidez. Una sensación familiar pero recreada… tal vez más intensa pues estaba consciente de ese momento, del presente, del sentir, de mi pensamiento  y del milagro de la naturaleza que mi alrededor se abría paso. Yo veía los árboles menearse en el viento y no sentía el más mínimo miedo de que un rayo se interpusiera en mi camino. Me sentía protegida de alguna manera.  Sentí un placer casi primitivo… como si todo mi ser se liberara en emociones y en sensaciones físicas los charquitos salpican mis pies en cada salto el agua golpetea mi rostro yo lo alzo para recibirla como parte de mí me  vierte me hace líquido  hasta la tierra de la que soy parte me vuelvo eucalipto, suelo, flor, hojas, sonrío a la persona que viene en dirección contraria corre también nos miramos en complicidad porque también lo está viviendo me conecto con esa persona  con el  universo  me siento libre más libre aun. No hubo cansancio. Sólo euforia.

Cuando terminé estaba empapada en una mezcla de agua, sudor y lodo pero no tenía ningún nerviosismo  por limpiarme. Con calma entré al coche que ya me hizo contraste con el espíritu natural en el que minutos antes me encontraba. No importa. Llegué a casa y aún llovía. Desde la ducha seguí escuchando los hilos que escurrían entre las paredes externas.  Serenidad.

Aunado a la experiencia de ayer reflexioné  que  no importa  el lugar donde me encuentre… no importa qué tan «monótona» pueda ser esta ciudad…  lo esencial está en todas partes, mientras sepa vivirlo plenamente, con los sentidos dispuestos, con la curiosidad por vivir y revivir vivencias;  siempre serán diferentes, en cualquier rincón de este mundo  hay mucho, mucho por conocer, descubrir,  hacer, por disfrutar.

Hoy, 24 horas después, llueve, como suele suceder en las tardes de verano.  La lluvia acompaña este momento en el que  escribo con estas ganas de platicarles lo de ayer. Y todo se siente bien. Y todo está bien.

Un abrazo lleno de lluvia cálida tropical.

El viaje… de regreso

Corriendo junto a  Garda

Después de correr junto a Garda

Después de varios días de haber llegado  de ese viaje tan especial, habiendo superado el mini procesodeadaptación que suelo sufrir cuando vuelvo de Italia,  puedo observar todo desde otro punto de vista, escribir al respecto y compartir la experiencia:

Esa noche, después de despedirme de él, esperé un par de horas el primero de tres vuelos que tomaría.  Me senté a llorar como niña triste y sola en una sala casi vacía… parecía como si el cúmulo de pensamientos, sensaciones, sentimientos que viví esas semanas se hicieran remolino dentro de mi, todas en ese instante… un intenso repaso del   amor adolorido, del encuentro con la ciudad que amo, de mi contacto con los lagos, del cariño dado y recibido, de  una amistad recuperada y fortalecida con una amiga preciosa, de mi ser que parece brillar cuando estoy en ese país… de mi ser que en el  momento del adiós estaba siendo un tornado gris… Tan triste me encontraba  que no me preocupaba ningún detalle de las 25 horas de camino que me esperaban… no tenía fuerzas ni para voltear a ver el monitor de salidas y verificar que ese fuera el gate correcto… me dejé llevar por el movimiento de la gente que comenzaba a llegar  cargados de esa alegría típica de quien está por realizar un viaje de placer… el mío no era un viaje de placer… el mío era el camino    que te aleja, que te despide, que te lanza a la incertidumbre… en ese momento no podía visualizar  todo lo hermoso que me esperaba del otro lado del océano.

Cuando todos comenzaron a abordar dejé de llorar. Me incorporé a la fila y caminé hacia el avión donde comenzó mi entumecimiento… Durante las casi  12 horas de vuelo pude comer, ver un par de películas, dormir y platicar con la chava de al lado, pero no sentir… dejé de sentir dolor ahí arriba… como si los sonido del vuelo   me adormentaran el sentimiento… El cansancio llegó de golpe y tampoco -afortunadamente- pude pensar.

El trayecto culminó después de 3 vuelos y un viaje en autobús de más de tres horas hasta la ciudad donde hoy escribo… Mi padre me esperaba en la estación de autobuses y al verlo fue la primera vez que sonreí…  sin embargo la suya, su sonrisa, por un momento pareció diluirse cuando me vio así, así    desaliñada, así apagada   y con ese nauseabundo  olor a autobús que venía arrastrando…  lo único que deseaba era ver a mi familia y darme una ducha…

Intenté mostrarme bien ante los míos… no deseaba preocuparlos, aunque me conocen tan bien que no fueron necesarias las palabras para comprender lo «fuera de mi» que me encontraba…

Esa noche dormí por 14 horas seguidas.

Los días siguientes traté de ignorar el sentimiento post-Italia que ya conozco  bien… la ciudad me parecía fea… sucia…tan llena de coches… tan cementada… absurda… ruidosa…  incorrecta…  ¿Qué estoy haciendo aquí? me preguntaba… y la voz dentro de mi decía una y otra vez que lo importante no es el lugar, sino las personas… que estoy aquí por estos a quienes tanto amo… Poco a poco la rutina volvió y el malestar fue desapareciendo…  Sin embargo seguía sin llorar… seguía sin sentir como yo siento… Esa no era yo… era una versión silenciada, anestesiada de mí… tal vez  una forma  instintiva de supervivencia emocional…

Pero todo cambió una mañana, el día en que  regresé a la pista.  Con los primeros saltos  encontré  el reflejo de esa mujer en plenitud corriendo junto al lago… sentí el viento rehabilitar  mi alma y la fuerza hacerse cargo de mi cuerpo  que fluyó como si volara junto al agua… era un momento que no tenía que ver con él, ni con Italia, ni con nadie… sólo conmigo… con eso que tanto me gusta y que puedo hacer  en cualquier lugar del mundo… incluso en esta ciudad… tan… tan como es… Después de los primeros kilómetros  me invadió la inspiración y cuando llegué a casa la plasmé en ese que fue  mi post «Eres»  mientras  lloré y reí… comencé a sentirme bien…

Así que supongo que era cuestión de tiempo, de paciencia y amor…  por parte de los míos que están a mi lado cobijándome   pero sobre todo por parte de mí misma…    Sé que todo estará bien, mejor dicho siento que  estará bien… y con esta sensación me quedo por el resto del día… y con algo  de fe  por el resto del mes…  Dejo al año nuevo que se encargue de lo demás…  Un cálido abrazo a todos ustedes.

¿Meditación?

Las  pocas veces que he intentado meditar, a través de grabaciones de meditaciones guiadas mis pensamientos han salido disparados como locos impidiéndome concentrarme en la voz que conduce el  proceso. No fueron experiencias tan gratas como hubiera esperado  o como me las han platicado mis amigos quienes meditan frecuentemente. Sin embargo hace tiempo leí las palabras de una norteamericana que hablaba de su experiencia al respecto. Ella decía que después de haber intentado sin éxito diversas  formas de meditación descubrió que corriendo era la única manera de lograrlo.

A mi me sucede algo parecido, y no sólo corriendo, también caminando, nadando, yendo en bicicleta.  He comprendido que dicha cavilación no tiene que darse necesariamente como lo realizan  quienes practican la yoga,   budismo,  etc.  (en un lugar tranquilo, con respiraciones, etc).  En lo personal me parece que he alcanzado ciertos estados de sentir,  de  percepción,  de conciencia,  en movimiento  con un ritmo constante, rodeada de elementos hermosos como son los árboles, el cielo abierto,  los cerros, y sobre todo y fundamentalmente a solas, tal vez es por eso que me gusta correr en lugares donde casi no hay nadie. Cuando lo hago en grupo  la experiencia es totalmente diferente, linda también pero no tan profunda ni especial.

Ayer por ejemplo fui  después de varios meses al parque de la ciudad que había estado en remodelación.  Quería ver  a mis compañeros del grupo de corredores así que me incluí e intenté seguirles el paso aunque ellos son más veloces…  había tal cantidad de personas jugando, caminando  por doquier que me fue muy difícil concentrarme en la música que suelo escuchar, en mi respiración, en lo que siento físicamente, y especialmente  en mis pensamientos…  no logré dar las vueltas que normalmente  hago. Me sentí engentada.  Lo bueno de todo es que pude saludar al grupo y darme cuenta de las mejorías que tiene el parque después de su rehabilitacion.

Hoy quise recordarme, a través de estas líneas, el motivo por el que corro… no pretendo alcanzar el paso rápido  de los demás, competir o  superar mis límites. No me interesa tener un cuerpo marcadísimo o adquirir una condición física tremenda. Me gusta correr porque me interioriza aun más, porque cuando alcanzo ciertos kilómetros logro sensaciones físicas maravillosas, porque la percepción de mi mundo exterior es sumamente  intensa cuando el viento roza mi piel  y también algo muy importante:  mientras corro mis pensamientos se serenan al punto en el que puedo tener un poco más control sobre ellos. Corriendo también me inspiro, me llegan ideas, me motivo. Es por eso que la próxima vez iré a  la pista de antes, donde normalmente soy la única que trota  a esas horas, aunque de vueltas y vueltas una y otra vez  como  mecánicamente… no lo es…  por más físico que sea el ejercicio,  es en realidad un profundo viaje interior.

De nuevo corriendo

Comencé a escribir este blog motivada por eso tan hermoso que nació a finales del año pasado: la experiencia de correr…  era maravilloso cómo el proceso se fue dando  en paralelo con mi recuperación emocional y con el desarrollo de mi cuerpo, que cada vez se sentía más fuerte, más poderoso. Correr representó una motivación tremenda,  una analogía de mi vida:  cómo iba  viviendo  mi presente y visualizando mi futuro… un paso a la vez, poco a poco… a través del esfuerzo que al final  brinda grandes satisfacciones…

Todo iba bien hasta que  hace un par de meses una serie de circunstancias fueron alejándome de la pista…   me lastimé  primero un tobillo, luego la planta del pie, después me enferme,  me deprimí,  tuve un montón de cosas por hacer… y… no es coincidencia:  en la medida en que dejé de correr  mi estado de ánimo fue  paralelamente decayendo…

Finalmente ayer, después de un mes, regresé al campo atlético.  El día había sido de un caluroso  fuera de lo normal para estas fechas, la pequeña lluvia de la tarde solamente provocó más humedad e incomodidad. Estuve a punto de quedarme en casa quejándome del calor pero sentí que entre todas las escusas que podía darme para no hacer nada,  una parte de mi cuerpo gritaba por salir  y sacar todo: el calor,  el sudor, las emociones contenidas…  Y es que quienes han hecho pausas como estas sabrán bien que no es fácil retomar el hábito, el ritmo, la disciplina de una actividad física…

En fin… llegué a la pista y saludé a quienes normalmente se encuentran ahí.  No faltaron las sonrisas cálidas y   el «dónde has estado».  Afortunadamente el cielo seguía nublado y el aire comenzaba a refrescar, como queriendo de nuevo llover…

Comencé a trotar, muy lentamente y para la tercera vuelta estaba ya cansada ¡¡¡¡qué!!!!!!   ¡¡¡pero fue sólo un mes!!! ¿acaso tengo que iniciar de cero?  supongo que no era sólo la falta de entrenamiento sino también la debilidad que provoca el calor y la humedad.  Nunca había corrido en esas temperaturas, porque en realidad tengo poco tiempo haciéndolo  y cuando inicié era otoño…  La verdad estuve a punto de  parar  y busqué varias razones para justificarme, sin embargo mi cuerpo comenzaba  a tomar el ritmo y cuando eso sucede éste adquiere una voluntad propia que mi mente suele respetar…  respiré con profunda consciencia  y seguí.

Llegó el habitual malestar en el tobillo, mismo que desapareció en la quinta vuelta;  el cosquilleo en las piernas, por la circulación, y ese casi  esquisto  dolor arriba de  la cadera que me recuerda partes de mi cuerpo en las que normalmente no pongo atención.

Sucede así  normalmente:  al principio siento un agotamiento y el impulso por detenerme, luego el cansancio desaparece y llega esa sensación placentera,  donde el palpitar, el viento en mi piel, el aroma  a pino  bajo  en ese escenario de cerros,  árboles y nubes… me hacen sentir  más viva… Al final el mareo habitual y luego la serenidad…  mental, y física…

Corrí sólo 5 kilómetros pero me fui satisfecha de al menos no haberme detenido al primer impulso… Contenta de haberlo hecho como me gusta: sin prisas, con el resto de la tarde por delante para tomarme el tiempo que quiera corriendo, a mi paso, con la música que  mueve mi ritmo  en  sintonía. Llegué a casa, tomé un baño y ya no  sufrir el calor  en toda la noche.

Y de nuevo  comienzo a organizar mis actividades de modo que pueda otra vez  regalarme ese precioso momento, de mi para mi… en el que por un instante todo tiene sentido, everything makes sense.

Corriendo en Mazatlán

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En la arena firme el agua forma un espejo donde el cielo derrama pinceladas azules.

La contemplación en movimiento  es una sensación diferente:  el paisaje,  las familias,  el perro que corre a mi lado, las parejas de la mano,   son   parte del mismo espiral de energía que fluye al ritmo de mis latidos.  Todo tiene sentido…

Las  gaviotas abren camino a mi paso que acelera tratando de alcanzarlas, las veo volar, soy parte del mismo viento,  me uno a ellas.

De improviso las olas se apasionan y el agua me alcanza. Siento la  espuma   deshacerse entre los dedos de mis pies. El mar es el elemento, el constante, inexorable, elemento; lo siento en los labios, sabor a  yodo, en la brisa fría que contrasta el calor de mi cuerpo, alimenta mis ojos,  me sacia el alma.

A  cada salto percibo todo más cerca…las islas se avecinan, el sol enrojecido me destella… extiendo los  brazo,  puedo  tocar el horizonte.

Y entonces llego al lugar donde el cansancio se hace euforia y el dolor se vuelve  placer. Miro hacia atrás y  sonrío, satisfecha, por lo recorrido, por este instante, por la incertidumbre del mañana.