En compañía y sola

Ayer era un día sin algo en especial por hacer así que decidí irme a rodar con el grupo de ciclismo recreativo  de los sábados. Éramos alrededor de 100 personas. El recorrido incluyó partes de la ciudad y algunas comunidades de las cercanías.  Poco más de 30 kilómetros.

Debo  decir  que me abruman los eventos masivos y que no es mi máximo ser parte de un grupo que sigue a los guías a  todas partes pues son  los organizadores,  quienes deciden las rutas y la logística; no  es fácil para mi dejarme guiar. Sin  embargo las veces que he salido con ellos de paseo lo he hecho con una actitud humilde y  relajada, sin  cuestionar -o sin cuestionar tanto.  Además, al  salir en esos recorridos  satisfago bastante mis deseos de andar en bicicleta pues  no todos los días se puede pedalear tan cómodamente sin tener que estarse  cuidando  del tráfico todo el tiempo;  resulta entonces mucho mayor  mi  disfrute que los detalles que  puedan no latirme.

Dentro de la gente iba un amigo con quien pasé casi todo el camino  platicando. Fue tan agradable que ni me percaté del momento cuando dejamos la zona urbana y nos encontramos de frente al paisaje rojizo  del atardecer.   Realmente hermoso.  Lo demás no fue novedad: la maravillosa sensación del viento, los aromas y  sonidos del campo, la sensación de pertenecer a la naturaleza que está ahí, tan cerca…

Mi reflexión comenzó en el momento en el que me alejé  por un rato  de mi amigo y me descubrí    buscando los espacios más vacíos entre los demás. Me di cuenta de que más allá de la calidez que siento al estar cerca de quienes estimo, quiero, amo,  los montones de gente  suelen generarme una extraña sensación de soledad y cuando eso sucede tiendo a refugiarme en rincones solitarios donde curiosamente dejo de sentirme así…   No es que las personas no me agraden,   creo que es algo que tiene que ver con la manera en que me conecto   con ellas. Es en  la convivencia individual, en los grupos muy muy pequeños, donde encuentro ese nivel de intimidad que me gusta para desarrollar  vínculos intelectuales, emocionales o espirituales con las personas.

Pero bueno, ignorando el momento en el que  quise desafanarme, me divertí mucho. Llegué a mi casa cansada, hambrienta pero nutrida en el sentir.  En la noche, cuando me disponía a dormir un brillo inesperado sobre mis piernas me hizo voltear  hacia la ventana. Ahí estaba ella,  la luna,  majestuosa,  saliendo de su escondite detrás de las nubes.   Cualquier sentimiento  de soledad que hubiera quedado de la tarde  desapareció por completo.

Cuentito de luna

Los organizadores fueron muy reiterativos en una instrucción para  los ciclistas: por ningún motivo miren la luna.  Andrea, a quien le gustaba dar la contra,  hizo caso omiso de la indicación  y alzando la mirada buscó con gran curiosidad.

Entre las nubes obscuras se abría paso un destello blanco cada vez más definido, más redondo. Un golpe de viento la hizo salir por completo. Era la luna más grande y fascinante que jamás había visto. Inmediatamente  fue presa de su embrujo  y no pudiendo dejar de mirarla perdió el control de su  bici.

Su cuerpo salió disparado.

Cuando abrió los ojos se encontraba en el hospital con la mitad del cuerpo enyesado.  Tenía dolor y sin embargo un sentimiento de bienestar  le  invadió el alma   al evocar el único recuerdo de la noche anterior.

Con el tiempo Andrea se recuperó pero no volvió a rodar bajo la  luna llena; en cambio  salía a la terraza a observarla ilimitadamente hasta verla desaparecer detrás del alba.

Andrea vivió feliz para siempre.

 

 

 

Relatos de bici I

Después de mucho tiempo sin verla, esperaba en un café a mi amiga Julia. De repente la vi llegar en su bicicleta con una mochila y un casco lindísimo. Sabía de su experiencia como ciclista urbana pero nunca la había visto en la práctica, y me encantó. Me sentí inspirada. Fue poco después cuando logré salir de mi cercana y limitada zona de confort, acompañada de mi amigo Victor. Era la primera vez que me animaba a ir al centro de la ciudad en bicicleta y seguramente la familiaridad y seguridad con la que él se desplazaba sobre dos ruedas hizo que yo perdiera el miedo y recuperara la confianza con la que me movía de un lugar a otro en Mantova. Supongo que, en mi caso, era sólo una cuestión psicológica y al dar ese salto más allá de mi temor todo fue mucho más sencillo a la hora de usar esa bicicleta que había comprado meses atrás pero que casi no había usado porque daba por hecho que el ciclismo en Tepic era prácticamente un «deporte extremo». Estoy feliz de descubrir que en realidad la situación es mucho mejor de lo que imaginaba …

Algo ha venido cambiando en la ciudad. No sé desde cuándo pero últimamente veo por doquier personas que usan la bici como medio de transporte, no sólo como deporte o recreación. Esto me brinda una gran felicidad porque creo que el uso de la bicicleta está relacionada con la modernidad en cuestiones de desarrollo urbano, con la ecología, con un cambio cultural, con el bienestar humano… siento una gran simpatía por las nuevas generaciones de jóvenes, a quienes considero muy valientes, proactivos y conscientes de su participación en el universo. Me refiero a chavos como Isaac y sus compañeros de Tepic en Bici… los conocí hace poco y me conmovió su pasión, su valentía, la manera en la que se entregan a sus ideales de forma tan activa!!!

Hace unos días iba por la avenida de la cultura y vi a un grupo de chavos en sus bicis de ruta. Parecía que venían de un paseo largo pues traían sus trajes de ciclista. Eran cuatro o cinco y había una chica entre ellos. Les sonreí y los saludé emocionada. Tuve unas ganas tremendas de rodar, de sentir el viento… supongo que ese sentimiento contagioso es lo que hace que cada vez más gente desee intentar la actividad… la primera vez que me uní al paseo de Tepic en Bici me sorprendió la cantidad de personas, que lo hacen… es una pasión «in crescendo».

En esta ciudad poco a poco es más fácil pedalear y yo agradezco sin duda a Julia, a Isaac, a Victor, a Alex y a muchos otros, a todos quienes tienen el valor de usar la bicicleta para transportarse. El simple hecho de hacerlo es ya un paso adelante hacia algo mucho mejor… pensar en esto, vivirlo, me hace sentir esperanza… me hace sentir más motivada para pasar este tiempo aquí…

Hoy es domingo, normalmente pasaría la tarde leyendo o viendo películas, pero ahora, tengo otras opciones… miro el cielo despejado a través de mi ventana, escucho el sonido del viento… parece una clara invitación a tomar mi bici y salir a rodar…

El día de las primeras veces…

Hace tiempo vi un post que circulaba en fb, éste decía: ¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez?.  Recuerdo que cuando lo leí me hice la pregunta y no pude responderla, al menos no satisfactoriamente; hacía mucho tiempo que no hacía algo por primera vez, o al menos no eso que valiera la pena recordar.

Se aproxima el fin del 2013. Ha sido un año de fuertes altibajos y sinceramente hace 2 meses no tenía expectativas sobre el resto del año. Sufría una fuerte depresión, aunado a un TOC cada vez mayor, y lo único que deseaba es que el 2013 terminara de una vez por todas. Jamás imaginé que algo pudiera cambiar, ni mucho menos que la ciudad donde me encuentro, la gente  o yo misma lograran causarme alguna grata sorpresa.

Y cuando menos lo esperas la vida te sacude  los propios esquemas, te cuestiona y te… sorprende…

Fue así que ayer me presenté a tiempo en el punto de encuentro con mi nuevo grupo de amigos -corredores, ciclistas, y aventureros-, a quienes conocí hace apenas unas semanas. La invitación hablaba sobre un paseo en bicicleta hacia un temazcal, cercano a Tepic.  El temazcal no era la atracción para mi, de hecho no sabía precisamente en qué consistía uno, lo que me latía era la idea de pasear en bicicleta en las afueras de la ciudad; nunca lo había hecho y sonaba a aventura.

Clima:  frío y ventoso, con pronóstico de lluvia (que no ocurrió)

bicicletas: 6 (los demás en coche)

mi bici: city bike – bastante chafa- de mujer… (no apta para subidas ni caminos de terracería)

accesorios: ninguno, pero Doc insistió en prestarme su casco

condición física: leve…(sin embargo  mucho mejor que hace 2 meses)

actitud: eso si, ¡mucha!

Doc y Andrés parecían turnarse para  cuidarme ubicándose a mi izquierda en la carretera… pensaban que  no sabría andar en bicicleta        -desconocían que en Italia  este  es mi medio de transporte- aunque en realidad si era mi primera vez con ese estilo de bici, en ese lugar, en ese tipo de camino…

Al salir de la ciudad todo fue más hermoso. En el cielo las nubes entremezcladas con los últimos rayos del sol nos hicieron compañía. La lluvia previa de la mañana había mojado los campos y éstos brillaban en verdes, amarillos, rojos de particular resplendor… increíble que existan  lugares tan hermosos apenas a unos kilómetros de Tepic

En poco tiempo las obras de los hombres desaparecieron del paisaje… no cables, no construcciones, no gente… sólo cerros, árboles, flores, campos silvestres… la belleza te encuentra, cuando menos lo esperas, donde menos lo imaginas.

El primer obstáculo fue una subida difícil para mi y mi bicicleta de 3 cambios… Si Dios me dio estas piernas es el momento de aplicar su fuerza… ¡prueba superada! no tuve que bajarme ni cambiarle la bici a mis amigos.  Euforia por haberlo logrado…

-no afrenes, dijo Andrés al avecinarse un pronunciado descenso

-waaaaaaaaaaaaa!!!!! ¿esto que siento es…  adrenalina? la velocidad tiene un efecto estimulante en  bicicleta… todo lo demás parece estático. Eres sólo tú, el viento en el rostro, los aromas que el bosque libera después de la lluvia, el zumbido que silencia cualquier rumor.

Unos kilómetros más tarde   nos encontramos en el lugar. Los demás (la mayoría desconocidos para mi) ya estaban ahí, esperándonos.  Cuando llegamos  yo me sentía feliz como hacía mucho no lo estaba…. tenía  esa felicidad cuya intensidad alcanza su máximo en cuestión de segundos, y luego te deja exhausto, sereno y satisfecho.

Caía  la noche. En medio de la selva sobresalía un pequeño manantial y junto a él una especie de estructura de palitos  -en forma de iglú- estaba siendo cubierta preparándose para la ceremonia que iniciaba  cuando nosotros llegamos. Era el temazcal. 

No se cuántas personas éramos, tal vez 30, o más. Un hombre dirigía las oraciones.  Parecía un ritual prehispánico. Me siento como en una película   mexicana   satírica.   Miré a Diana y ella comprendió mi sentir.   Hicimos esfuerzos por no reírnos.  No era burla, era más bien nerviosismo por  eso tan nuevo, tan desconocido para mi, o quizás una manera en que mi rebeldía ante las liturgias se manifestaba.  Respeto, contrólate y respeta.

Cuando supe que todos nosotros entraríamos al temazcal  (que parecía tan  pequeño  para tal cantidad de gente) y estaría en contacto directo con personas que veía por primera vez pasé de la  euforia del previo paseo al miedo  que sólo un obsesivo compulsivo puede comprender.

Todo sucedió muy rápido y casi sin darme cuenta estaba adentro.  -Siéntate a mi lado Andrés, no quiero estar en medio de extraños. Adelante de mi una chava, a mi derecha  un  joven  desconocido,  después Diana y luego  Tal-Iván. A mi  izquierda Andrés y detrás de nosotros el techo que cubría el temazcal y nos separaba del aire fresco  selvático.    El suelo era tierra que en poco tiempo se transformó  en lodo con la humedad. El calor comenzó a sentirse muy fuerte. Mi primer instinto fue levantar la carpa y escapar. Pero no lo hice, y no se por qué…  estar en ese lugar iba en contra de mi  semi- claustrofobia, mi afán por lo limpio, los límites que establezco en el contacto con personas extrañas,  etc. etc.  

En medio unas rocas calientes llamadas  «Abuelitas»  fueron rociadas con agua y el vapor me golpeó la cara. -Esto no me gusta, Andrés, ¿se puede salir uno? – no, nadie se sale. No te va a pasar nada.

-Diana, Diana, ¿estás bien? -Si, tranquila, relájate.  Para mi hermana ésta era la segunda vez en la ceremonia, a diferencia de Talibán quien como yo estaba muy sacado de onda.

-Respira lentamente Zuri

-¡¡No puedo!! siento que me ahogo . El calor lo sentía en la piel, en el aire caliente que me sofocaba, en los ojos ardiéndome. Comencé a sudar   -Temazcal significa Casa de Sudoración,  dijo el  hombre. Oh my God, oh my God.

– Baja tus pulsaciones Zuri, es lo que hago yo

– ¿Cómo?

-Todo está en la mente, concéntrate

-Tu eres un ultramaratonista, casi un super-héroe, ¡yo no tengo tu poder mental! ¿cómo bajo mis pulsaciones?   (Andrés insiste en que no la alimentación, no es su cuerpo, sino  su mente la que le permite correr por horas y horas, decenas de kilómetros,  sin desfallecer)

Me puse de un nervioso parlanchín  mientras los demás disfrutaban del calor y se concentraban en las palabras del hombre que conducía la ceremonia.

-Hola, ¿tú  ya habías estado aquí?

-si, varias veces, ¿y tú?

-Es la primera vez, no puedo respirar,  tengo miedo, creo que no voy a aguantar

-No tengas miedo.    Las palabras del desconocido número uno me tranquilizaron mágicamente –todo está en la mente-   Gibrán dejó de ser un extraño  para convertirse en mi hermanito de temazcal.  Mi palpitar disminuyó.

Mis brazos rozaban los de Andrés y Gibrán, pronto el sudor se mezclo y  pensé que me incomodaría pero ya era demasiado tarde, mis pensamientos estaban más enfocados en  sobrevivir la situación, en  mantenerme tranquila, en algún lugar fresco, fuera del calor -todo está en la mente.   De repente me imaginaba enterrada viva,   cómo haría para conservar la respiración y el poco aire mientras fuera rescatada. Luego cuando había silencio, cuando los demás no oraban, cantaban, o tocaban tambores, podía  escuchar el agua corriendo del manantial, y me imaginaba ahí  –todo está en la mente.

No se cuánto tiempo pasó ¿ una hora? mucho tiempo durante mi ansiedad…    Cuatro veces se encendió el vapor. En ese transcurso  cada minuto mi cuerpo se acostumbraba, resistía más el calor y entonces pude  disfrutarlo, sentí el aroma de los aceites aromáticos, romero, eucalipto… cuando la humedad era muy intensa me tendía en el lodo para refrescarme  y respirar mejor. Cuando me sentí bien pude cantar, aplaudir, tomar de la mano a la chava de adelante, recibir y darle masaje al desconocido, bañados en lodo y sudor. Algo estaba sucediendo, que de repente, el miedo, se fue. Y lloré.

Cuántas emociones para un sólo día… euforia, ansia, tranquilidad, miedo, adrenalina, angustia, serenidad… serenidad… fue el último sentimiento antes de salir del temazal.  Pensé que no lo lograría. Deseé salirme desde el primer minuto, y algo  me hizo sobrepasar   la claustrofobia, al sofocamiento, a la fobia.. y me quedé hasta el final.

La ceremonia terminó. Tal-Iván y yo habíamos sobrevivido a esa experiencia que en palabras suyas «fue más difícil que correr un maratón».

Después del calor vino el baño en el río. En la obscuridad el agua del manantial brillaba  invitante. Fría si, pero deliciosa… Jugamos como niños en el agua, librándonos del lodo,  revitalizándonos.  Luego – después del baño- las últimas emociones,  el frío llegó de golpe y llegó la inevitable  hora de irse.

Para mi fue sin duda una de las experiencias más intensas que he vivido en cuestión física, psicológica y emocional.  Mi primer paseo -ese tipo de paseo- en bici, mi primer temazcal, la primera vez que estuve tan cerca emocionalmente de  un  grupo de desconocidos, la primera vez vencí ciertos miedos  y que ignoré otros… la primera vez le demostré a mi cuerpo y a mi mente, que puedo bajar mi ritmo cardíaco, controlar la respiración,  llevar  mis pensamientos a un lugar hermoso,    lograr la tranquilidad  que supera el pánico. 

Todo está en la mente. Dice Andrés… y quizás no es cuestión de la mente… tal vez es el espíritu que se manifiesta… o la fuerza que  pareciera llegar de forma externa, divina…  posiblemente todo eso… Y agradezco a la vida que me sorprende, pero sobre todo agradezco poder sorprenderme a mi misma. GRACIAS.