Looking up

(Imagen tomada de la red)

(Imagen tomada de la red)

Hoy finalmente me doy la tarde libre y salgo de casa  a la puesta del sol  dispuesta  a moverme   sin presiones ni   límites de tiempo.

Lo primero que se activa es mi olfato. Una cuadra antes de llegar a la cancha de atletismo percibo el olor de los pinos que rodean la pista; entonces mi cuerpo  se acelera deseando llegar, saltar, correr; entonces vuelo.

El   viento es fresco como lo espero. El perfil del cerro se ilumina con los cambios de luz del atardecer. Siento el movimiento de mis piernas y me transporto… y estoy junto al lago, mis brazos se extienden deseando alcanzar el agua de la  orilla… y estoy junto al mar, veo ballenas saltando  y   gente paralizándose   al  mirarlas…  y estoy en la ciudad de los naranjos, salto en la calle que huele a azahares… y estoy… en tantas partes … y estoy aquí, bajo el cielo que  se torna azul cobalto.

La última vuelta desacelera mi ritmo.  Termino.  Respiro y contengo la euforia, la dejo ir.  Me coloco en el suelo. Estiro las piernas. Mi ritmo cardíaco se tranquiliza. Me relajo de golpe, me canso, me dispongo a alzarme pero no quiero irme. Me recuesto, me extiendo. No me importa la tierra o el frío de la pista bajo mi espalda. Alzo la mirada. ¿Cuándo fue la última vez que vi el cielo de esta forma?  Ha pasado tanto tiempo.

El espacio se presenta interminable. Los sonidos nocturnos son más claros.  Un ave  vuela y gira   sobre mí,  yo le sonrío.  Los insectos del bosque no me perturban.   Las ramas de los árboles bailan en  las sombras de la noche.

Me quedo un rato así -qué sensación de libertad irradia  la estrella fugaz,  mi deseo- hasta que la ciudad enciende sus luces y mi cielo pierde el brillo de su obscuro.

Me despido. Salgo… y cambio mi ruta para llegar a casa -un camino más largo-  sin prisa.

La noche del piano

piano

(Imagen tomada de la red)

Caminaba de un lado a otro trayendo mis cosas, intentando acomodarlas bien en la maleta. Me sentía abrumada, no por el estrés previo a mi partida, no por intentar que todo cupiera en mi equipaje, no por tener que levantarme tan temprano al día siguiente. Estaba triste, adolorida con ese dolor que se siente cuando algo se desprende de ti, cuando te desprendes de un lugar, de algo, de alguien… A lo largo de mi vida he vivido un sinfín de despedidas y sin embargo sigo sin acostumbrarme a esa sensación… Ella podía percibirlo. Ella vivía su propio desasosiego. Por eso prefirió permanecer en la planta baja y no mostrarme el extraño brillo en sus ojos.

Comenzó a llover. Durante mi estancia habíamos presenciado días soleados, calurosos. Yo le decía que el sol suele acosarme, que tan pronto como me fuera comenzaría el otoño, la temperatura bajaría y yo no habría podido disfrutar el  frío que tanto me gusta… Me sentí irritable para no sentir angustia. Cerré las ventanas refunfuñando. Deseaba permanecer ahí sin tiempo definido, pausar un poco más mis otras vidas, seguir disfrutándola,  descubriendo su mundo.  Quería aprender más de mí misma a través de su sabiduría, concebirme parte de un todo a través de nuestra inexplicable conexión. Deseaba profundizar a su lado más de los secretos del vivir.  Esas semanas juntas no eran suficientes. No sabía cuánto tiempo hubiese sido necesario.

Luego un sonido rompió el ruido de mis pensamientos. Una nota. Un acorde. Ella comenzó a tocar su piano  por primera vez desde el día de mi llegada. “What a wonderful world”, que yo había estado tarareando horas antes, sonó en toda la casa. Su timidez escénica se volvió una intensa apertura a las emociones que liberaba a través de la música. Un incontenible sentimiento me hizo llorar. Era sublime. Hermosa melodía, preciosa amiga, maravillosa sensación.
Intente bajar las escaleras, acercarme, abrazarla, agradecerle, pero decidí no quebrantar el hilo de su lenguaje, su manera de decirme adiós, de expresarme su amor.

Entonces, por fin  serena. Me dispuse a seguir haciendo la maleta, que ya no parecía indomable. Abrí las ventanas. Dejé entrar el olor de la lluvia y respiré. Suspiré profundamente sabiendo ya que no necesitaba más tiempo, que todo estaba listo, que podía finalmente despedirme; aunque ya no fuera necesario. Ella siguió tocando el piano, lo hacía con tremenda maestría y belleza, sin darse cuenta de que yo la acompañaba, desde mi habitación, cantando “blue moon, you saw me standing alone…”