Batallas

 

El escalofrío que recorre mis brazos, ese dolor pesado y agudo en  parte  inferior de la nuca,    la  falta de aire y la sensación de desvanecimiento eran recordatorios crueles, invadentes  de esas batallas que no lograba encarar, resolver u olvidar.   Y no me refiero a esas luchas del  mundo cotidiano  en el que la realidad  tiene formas y métodos definidos… estoy hablando de las batallas de la psique, de la contraposición entre lo real y la sobre-valoración,  me refiero también  al  tornado en el que las emociones giran sin poder ser controladas,  de esos instantes en los que lo único que puedes hacer es esperar  que el remolino termine y entonces recoges los pedazos tirados, rotos, tratando de sobrevivir, intentando darle forma a algo que no reconoces más como tú mismo. Es algo así…

Y en este intento por comprender he llegado a la conclusión de que  el momento en el que te encuentras en ese nivel de fragilidad,  tan debilitado, no puedes ni debes enfrentar la Hidra… y que toda la frustración  y todo el dolor que sentí por no haber sido lo «suficientemente valiente» en su momento, pudo haberse evitado si hubiera sabido que un día me recuperaría, me sentiría fuerte y entonces, sólo entonces, lograría vencer esa batalla…

Fue así… un día supe que tendría que hacerlo   yo misma, sin muletas,  y decidí  prepararme… comencé  entrenando mi cuerpo, luego la respiración, el sentir, la compulsión,   la mente… esta mente cuyo flujo suele parecer un  «caballo desbocado»… y por último, el mayor desafío: entrenar mi fe, con todo y su  confusión y su cansancio.

Y después… el momento que estuve postergando llegó. El miedo y la ansiedad me habían atacado la noche anterior pero esa mañana desperté y vi a través de la ventana de madera el rayo tenue del sol reflejado en la Bahía. El mar estaba fiel, presente,  afirmando  que todo saldría bien. Y así fue.  Llegué al punto de encuentro y estuve ahí sólo 15 minutos. Todo fluyó serenamente.  Cuando me fui el ritmo cardiaco que había controlado bastante bien se desató y comencé a temblar.   Había visto el rostro miedo, de mi miedo, de frente, sola, sin necesidad de las palabras de mi madre, de la presencia  de Riccardo, de la sabiduría de Marcella… de la fuerza de mis amigas…  lo hice sola… y lo logré: pude quitarle la máscara  de  hidra al monstruo que me aterrorizaba.

Posteriormente al nerviosismo me invadió un sentimiento de euforia…  recordé  el momento en el que mi sobrinito venció un gran miedo que solía tener: el mar… el día en el que logró enfrentarse al agua y aprendió a reconocerla, a moverse en ella, y, finalmente a disfrutarla… esa emoción incontrolable que él tenía  por sentirse más fuerte, más valiente, por vivir esa nueva experiencia… creo que  sentí algo similar…  y ahora que lo pienso… si no se me hubieran presentado así toda esa serie de eventos infortunados yo  no habría recorrido el mismo camino que me llevó hasta ese momento, el preciso instante en el que me sentí feliz, realmente feliz.  Esa noche celebré con mis amigos, en un barecito con deliciosa  música jazz en vivo… risas, cariños, y vino tinto.

Y las otras  batallas, y todos esos capítulos que aun no cierran…  no se si cerrarán algún día…  no se si tengan un inicio y un fin definidos… pero me reconforta saber que intento, -realmente lo intento-  vivir el día a día, a pesar de todo.  Hoy tuve un ligero enfrentamiento con un miedo… Los periodos de niebla  confunden y  hacen creer que cada vez es más difícil levantarse… pero no es así… porque creo, siento, que lo peor ya pasó,  y que las recaídas son simples dolores en la pierna que no me impiden entrenar… o correr…

Miro hacia el futuro e intento que el miedo no me condicione, ni domine… decido entonces recrear el punto en el camino que he recorrido hasta el día de hoy…   sin tener que decidir nada más, sin tener que elegir. Intento sólo fluir. Un día más.