Corriendo en Mazatlán

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En la arena firme el agua forma un espejo donde el cielo derrama pinceladas azules.

La contemplación en movimiento  es una sensación diferente:  el paisaje,  las familias,  el perro que corre a mi lado, las parejas de la mano,   son   parte del mismo espiral de energía que fluye al ritmo de mis latidos.  Todo tiene sentido…

Las  gaviotas abren camino a mi paso que acelera tratando de alcanzarlas, las veo volar, soy parte del mismo viento,  me uno a ellas.

De improviso las olas se apasionan y el agua me alcanza. Siento la  espuma   deshacerse entre los dedos de mis pies. El mar es el elemento, el constante, inexorable, elemento; lo siento en los labios, sabor a  yodo, en la brisa fría que contrasta el calor de mi cuerpo, alimenta mis ojos,  me sacia el alma.

A  cada salto percibo todo más cerca…las islas se avecinan, el sol enrojecido me destella… extiendo los  brazo,  puedo  tocar el horizonte.

Y entonces llego al lugar donde el cansancio se hace euforia y el dolor se vuelve  placer. Miro hacia atrás y  sonrío, satisfecha, por lo recorrido, por este instante, por la incertidumbre del mañana.

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