Conozco tus tormentas, tus silencios, tus abismos.
Puedo mirar los colores del volcán de tu emoción, esos que sólo se pueden percibir bajo el reflejo de la luna.
Me gustan tus alas de águila, la manera en que descubres el mundo como gato, y lo haces tuyo como tigre.
Reconozco el aroma de la brisa de tus mares. Alzo las velas de tu barco. Miro como te alejas entre olas y viento, navegante. Confío en la brújula estelar que dirige tu regreso.
Observo el viaje sin descanso de tus pasos, viajero. Ayudo a preparar tu mochila, peregrino. Enciendo chimeneas si es noche fría de invierno cuando vuelves.
Conozco la nieve en tus palabras, el incendio en tu mirada, y esa niebla que vertiginosa te invade el pensamiento.
…Se también cuál es el latir sereno de ese gran, blanco corazón tuyo … el tono del cansancio cuando tu éxodo termina… y qué decir para que rindas tu cuerpo y descanse.
Conozco todo eso de ti. Y sin embargo, a veces te digo «extranjero» y quisiera no saber quién eres.