Lucha de poderes

Su pensamiento y el sentir  luchan por el poder de decisión.

Se enfrentan -temblor-. Se golpean uno al otro -miedo- .  Recuerdan – sudor-.  Se contradicen  – placer-, Se justifican – angustia. Resisten -palpitación-.  

Su lógica se posiciona, sentencia, culpa.  La emoción impone las leyes del cuerpo, vibra.

Intenta  comprender,  necesita saber  qué puede perder, cómo puede defenderse del rayo que  se acerca ineludible. Se aleja, corre, huye al mar y nada puede dar respuestas.

Y entonces, rendida,    decide finalmente saltar al  abismo.  Y abre  brazos al remolino de emociones, fluyendo, viviendo con el riesgo de vivir,  sintiendo.

Corriendo en Mazatlán

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En la arena firme el agua forma un espejo donde el cielo derrama pinceladas azules.

La contemplación en movimiento  es una sensación diferente:  el paisaje,  las familias,  el perro que corre a mi lado, las parejas de la mano,   son   parte del mismo espiral de energía que fluye al ritmo de mis latidos.  Todo tiene sentido…

Las  gaviotas abren camino a mi paso que acelera tratando de alcanzarlas, las veo volar, soy parte del mismo viento,  me uno a ellas.

De improviso las olas se apasionan y el agua me alcanza. Siento la  espuma   deshacerse entre los dedos de mis pies. El mar es el elemento, el constante, inexorable, elemento; lo siento en los labios, sabor a  yodo, en la brisa fría que contrasta el calor de mi cuerpo, alimenta mis ojos,  me sacia el alma.

A  cada salto percibo todo más cerca…las islas se avecinan, el sol enrojecido me destella… extiendo los  brazo,  puedo  tocar el horizonte.

Y entonces llego al lugar donde el cansancio se hace euforia y el dolor se vuelve  placer. Miro hacia atrás y  sonrío, satisfecha, por lo recorrido, por este instante, por la incertidumbre del mañana.

Conozco…

Conozco tus tormentas,   tus silencios, tus abismos.

Puedo mirar los colores   del volcán de tu emoción, esos que sólo se pueden percibir bajo el reflejo de la luna.

Me gustan tus alas de águila, la manera en que descubres el   mundo  como gato, y lo haces tuyo como tigre.

  Reconozco el aroma de la brisa de tus mares. Alzo las velas de tu barco. Miro como te alejas  entre olas y viento, navegante.   Confío en la brújula estelar que dirige tu regreso. 

Observo  el viaje sin descanso de tus pasos, viajero. Ayudo a preparar tu mochila, peregrino. Enciendo  chimeneas si es noche fría de invierno cuando vuelves.

Conozco la nieve en tus palabras, el incendio en tu mirada, y esa niebla que vertiginosa te  invade el pensamiento.

…Se también cuál es el latir sereno de  ese  gran, blanco corazón tuyo …   el tono del cansancio  cuando tu éxodo termina…  y qué decir para que rindas tu cuerpo y descanse.

Conozco todo eso de ti.   Y sin embargo,  a veces   te  digo «extranjero» y quisiera no saber quién eres.